El Fénix

Dieciocho de septiembre de 2014. Trescientos siete años más tarde, la historia de un país puede volver a sus orígenes. El futuro de Escocia queda en manos de más de cuatro millones de ciudadanos, que se registraron para votar si su país debería ser un país independiente.

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El ambiente por las diferentes ciudades y pueblos escoceses está tranquilo, a pesar de la fiereza por la que suelen ser conocidos, esperan el momento de la decisión sentados en bares con una copa de whisky o en sus casas, taza de té en mano. Y es que la unión con Inglaterra en el año 1707 ha transformado a los escoceses, aunque les cueste reconocerlo, en ciudadanos que cuentan con lo mejor de ambas partes, Reino Unido en general y Escocia en particular. La flema británica es notable en cualquier esquina de las grandes ciudades, y no se esconden, ya que muchos de ellos ni se dan cuenta de que son uno más de ese reino que puede estar a punto de separarse.

Desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche (hora británica) de mañana, los colegios electorales se abrirán para dar paso a todos aquellos que quieran enfrentarse a Alex Salmond (Ministro Principal de Escocia) para frenar lo que comenzó allá en el 2011 cuando durante la campaña electoral prometió un referéndum por la independencia, que más tarde rubricaría junto al Primer Ministro Británico, David Cameron; o para continuar con el sueño de todos aquellos que ven en su futuro una Escocia libre de la vergüenza que a muchos de ellos les supone el tener que compartir la cruz de San Andrés con otros santos que no son de su devoción.

El resultado solo depende de los ciudadanos escoceses, pero el resto del mundo puede sufrir las consecuencias de que pasado mañana, viernes, la decisión final sea el sí, queremos ser un estado independiente. Las independencias, así como los extremismos, son brotes que surgen tras grandes crisis, si bien es cierto que el sentimiento siempre ha estado ahí, aunque no de manera tan notable. Cataluña, y no voy a incidir mucho en este asunto, se vería severamente reforzada si la respuesta de los escoceses es afirmativa, y los grandes perjudicados serían los países de los que forman a día de hoy parte Escocia y la comunidad autónoma española. El mercado dejaría de confiar en ambos estados, aunque España es el que peor parado saldría tras la decisión que se tome mañana, por razones más que obvias.

¿Qué será del Reino Unido? Para muchos, la mayor preocupación es qué pasará con las zonas azules de la Union Jack, y en Gales ya llevan tiempo exigiendo que se sustituya por el negro de la bandera de San David, ya que se sienten marginados, y esperan que lo que suceda mañana les conceda mayor fuerza, tanto en Westminster como para proponer en un futuro un referéndum a la independencia. Económicamente, el Reino Unido sufrirá un descalabro, que afectará también a Escocia, ya que desde Londres se niegan a permitirles el uso de la libra.

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Mañana, las banderas de la unión y la separación saldrán a la calle, para intentar convencer a los indecisos de cuál es la mejor opción. A menos de doce horas de la apertura de los colegios electorales, el no gana por cuatro puntos al . Pero una cosa está clara, Escocia, pase lo que pase el 18 de septiembre, acabará por separarse del Reino Unido. ¿La razón? No pertenece a la misma placa tectónica que el resto de la isla, por lo que año tras año su distancia aumenta, por leve que sea, algo que puede alegrar a muchos escoceses, por si mañana la respuesta final no es la esperada.

El animal mitológico de los escoceses es el unicornio, pero mañana todos se encomendarán al fénix, que será quien pueda ayudar (o no) a que Robert the Bruce, de quien hablaremos en otra ocasión, vea sus cenizas lejos de las manos de Londres.

Miriam Villazón | @miriamvillazon

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