In vino galleguitas

Así, el tramo medio del Miño y el final del Sil debieron llenarse primero de eremitas solitarios y luego de comunidades de eremitas. El clima mediterráneo y los ríos que posibilitaban comunicación y alimento hicieron de esta zona una de las preferidas. La llegada de los musulmanes seguramente hizo que esas comunidades fueran abandonadas. Enfrentarse a las razias de los infieles era un precio que no todos estarían dispuestos a pagar. Sin embargo la llegada de los benedictinos hizo revivir la zona. Entre los siglos X y XIII vivió su máximo esplendor. Se fundaron monasterios sin descanso y se transformó el paisaje: los monjes negros introdujeron los bancales para poder cultivar aquellas colinas abruptas.

Hay dos temas que me parecen muy serios en la obra de arte de Silvia CastellanosSilvita en los ambientes. Por un lado, las comunidades de eremitas, que manda carallo. Por otro, que los bancales en que surgen los mejores vinos gallegos se los debemos a unos avispados religiosos (valga el pleonasmo). Empiezo a sospechar que el único logro de la Historia gallega que no debemos al cristianismo sea la Liga del Dépor. Probablemente tampoco el Balón de Oro de Luis Suárez, pero éste no lo he estudiado lo suficiente como para tan rotunda afirmación.

 Estampa típica gallega: cunca de albariño y mariscos. Sólo falta una papeleta del pepé.
Estampa típica gallega: cunca de albariño y mariscos. Sólo falta una papeleta del pepé.

No me parece cuestión pequeña que algunos ermitaños, en sintiéndose tristes y solos buscasen a unos pares para matar el tiempo. No debe ser fácil contar a tus padres, tras haberlos abandonado para entregarte al solitario servicio a Dios, que te has juntado con unos colegas. La familia, sufriendo en silencio nuestras tonterías desde antes del siempre. Sin embargo, prefiero robaros estos minutos (horas, si sigo enlazando subordinadas como en este párrafo) para hablar de vino. Porque de vino gallego algo sé. No digamos de licores, por si algún día leen estas letras mis padres. Intentaré dejar unos apuntes, sin llegar a la llamada al consumo desatado. Porque beber es malo, Xabi Alonso tiene buen pase largo y el saber no ocupa lugar (menudos cimientos tiene nuestra cultura, y luego hay quien se extraña de que nos vaya como nos va).

Son muchos los caldos de la terriña, y comparable su gran calidad con su desconocimiento allende el Miño. O directamente el menosprecio, culpa de los propios gallegos, que no nos molestamos en venderlos. En Galicia sólo nos ponemos las pilas para colocar gobernantes en Madrid.

No obstante, el beber galaico tiene un pasado de primer nivel. En el interior destaca el Amandi, esbelto tinto de la variedad ribeiro forjado a orillas del Sil, que “era grato a Augusto” según el imaginario popular. Cunqueiro, tras investigación sesuda, concluye en su Cocina gallegaque el que más brío le dio fue el sobrino de César, al que de tanto beber vino gallego sus soldados le cambiaron el Claudio Tiberio Nerón porCalidus Biberius Mero. Alcohólico del vino puro de uva templado.

Más reciente, y fresquito, disfrutaba Valle-Inclán del espadeiro, variedad de Barrantes. Se parece al párrafo anterior en que también se trata de un tinto… Y nada más. Dejó don Ramón María escrito que cada vino tiene su correspondencia en la vida, como todas las cosas. Y, tras tan arriesgada afirmación de sus Comedias bárbaras, se daba el manual de instrucciones del mencionado caldo: “Espadeiro del Salnés, bueno para refrescar en el monte, para una romería o un juego de bolos.” Da para tesis doctoral, la frase. Monte, romería y bolos; Salnés, refrescar y jugar.  Tengo el gusto de conocer esta variedad –no en vano, los Teira venimos de tierra de aceptable Barrantes, y viceversa-, y es complicado. Tiene un punto elegante y tosco, de difícil comprensión. Es, en el universo vinícola, equivalente al madridista Sami Khedira en las artes balompédicas.

Podría seguir con tantos otros primos de Amandi o Barrantes. Desde el célebre Albariño hasta los serios de Valdeorras, pero no es mi intención hacer aquí una enciclopedia. Me conformo con que, tras leer estas farragosas líneas, entendáis dos cosas. La primera, que en Galicia “nos gustan nuestros vinos. Quizá porque tienen más ganas de hablar que nosotros mismos, gente lacónica”, que dijera don Álvaro Cunqueiro. Y, ya cerrando, que los gallegos, amén de mayorías absolutas del pepé, marisco y narcotráfico, tenemos unos caldos primorosos.

Unos vinos a los que debemos muchos momentos, lugares y despedidas, así como unos deliciosos licores. Pero a éstos les reservo otra entrega. O tal vez un poemario, contando mi amor por el más grande: el licor de café. Os dous de sempre, podría llamarse.

Luís Teira | @luisteira

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